La atmosfera,
estable y en calma después de los grandes diluvios y de las tremendas
tempestades, comenzaba a enriquecerse en aquellos compuestos y gases (oxigeno
en particular) indispensables para el posterior desarrollo de la vida animal.
En las aguas, en
cambio, pululaban ya diversas especies de criaturas: algas frágiles y
minúsculas que cubrían los sustratos, entre los que se encontraban numerosos
animales unicelulares o pluricelulares de cuerpo blando y transparente,
semejantes a las actuales medusas, o bien protegidos por envolturas complejas y
elegantes. A través de los fosiles hallados, se ha llegado a la conclusión de
que durante mucho tiempo fueron particularmente abundantes los ejemplares del género
Trilobiites, artrópodos semejantes a especímenes que actualmente pueblan
las aguas más profundas de los océanos. Su cuerpo, revestido por completo por
una especie de coraza, estaba dividido longitudinalmente en re lóbulos y
horizontalmente en un gran número de segmentos, que en el caso de algunas
especies, les permitían enrollarse sobre sí mismos hasta formar una especie de
pelota, como sucede con el erizo ante un peligro. Cada segmento estaba provisto
de un par de extremidades bífidas, utilizables para desplazarse por el fondo,
para nadar o para capturar alimento.
En relación con
sus costumbres, los especialistas dicen que los Trilobiites debieron
desarrollar un tipo de vida depredador mientras que otras especies, mas pacíficas,
preferían ramonear entre las algas del fondo sin afrontar los riesgos que
corresponden a una cacería.
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