Este sentido funciona gracias a una red de receptores sensoriales distribuidos por todo el cuerpo, especialmente en zonas sensibles como las manos, los labios y la cara.
Cuando estos receptores detectan un estímulo, envían señales al cerebro a través del sistema nervioso, donde se interpretan para generar una respuesta adecuada.
El tacto es fundamental para interactuar con el entorno, protegernos de peligros y realizar actividades cotidianas con precisión.
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