Los autores clásicos antiguos
definían al hombre como epítetos “animale rationale, loquens, erectum, bimanum”
(animal racional, parlante, erecto y bípedo), y entrevieron determinadas
semejanzas entre él y los animales más complejos y perfeccionados. Muchos
siglos más tarde, en el año 1758 Linné situaba al hombre en el vértice de su
clasificación, después de los simios, dentro de un género particular: el género
Homo, subdividido en dos especies Homo Sapiens y Homo troglodytes.

En el año
1809, Lamarck, primer partidario de la idea de la evolución anunció que el hombre
procedía de antepasados animales. Pero 50 años después, Charles Darwin, con su
teoría de la evolución (en la que sostenía que las formas más perfeccionadas
proceden de antepasados primitivos), permitió a los antropólogos avanzar
hipótesis más precisas y razonables basadas siempre en el supuesto de que las
formas que precedieron a la especie humana fueron simios antropomorfos (semejantes, para mejor comprensión a los actuales gorilas, chimpancés, orangutanes
y gibones) que vivían en los árboles.
Alrededor del año 1871, el antropólogo
inglés Arthur Keith clasificó 1065 caracteres anatómicos sistemáticamente
comparables a los de los primates, de los que solo 312 eran exclusivos de los
representantes de la especie humana y los restantes eran comunes conocidos
antropomorfos (algunos con simios no antropomorfos del Viejo Mundo y con simios
platirrinos del nuevo mundo).
El descubrimiento de un casquete craneal de
pitecantropo (Dubois, en 1891) permaneció durante algunos años sin clara atribución, pero sucesivos estudios y descubrimientos confirmaron la pasada existencia
de homínidos pitecantropos y sinántropos que se diferencian del hombre
actual, pese a poseer numerosos rasgos comunes y que en cambio se hallan muy
próximos a los antropomorfos. De ahí se deduce la hipótesis de antropomorfos y
homínidos presentan un antecesor común antropomorfo.

El naturalista americano
W.K.Gregory es el autor de la más profunda y extensa formulación de la
teoría de la procedencia antropomórfica del hombre a partir de Dryophitecus, diferenciándose de los restantes antropomorfos fósiles, sin embargo, la hipótesis
de la procedencia del hombre de antropomorfos arborícolas, aunque apoyada por
numerosas coincidencias anatómicas y paleontológicas, fue posteriormente cuestionada. La estructura anatómica de los antropomorfos orientada hacia la
vida arborícola alcanzó un grado excesivo de diferenciación y especialización: extremidades anteriores muy largas y posteriores cortas, caninos de mayor desarrollo que
las restantes piezas, mano prensil, etc.
Todos estos hechos indujeron a numerosos autores a buscar el punto de separación del tronco
homínido del que desciende el hombre actual entre los monos catarrinos poco
especializados o bien entre los primates primitivos.

De acuerdo con el autor
inglés Wood Jones, los caracteres estructurales correspondientes a la arquitectura
del cuerpo, y no aquellos que son el resultado de procesos secundarios de
adaptación, testimonian una estrecha semejanza entre el hombre y los tarsioiddeos, prosimios extraordinariamente abundantes en el Paleoceno y el Eoceno inferior, un período comprendido entre hace 60 y 50 millones de años. Entre estos
caracteres cabe citar la postura directa bípeda, con alargamiento de las
extremidades inferiores y la particular conformación del pie, mayor desarrollo
de la parte cerebral del cráneo en relación con la facial y falta de
prognatismo, cobertura parcial del campo visual mediante dos ojos provistas
de visión esteroscópica, es decir, con capacidad para apreciar el relieve de los
objetos, lo que quizá contribuyó al desarrollo del cerebro humano.
Podrían
citarse otros muchos caracteres de idéntico estilo, sin embargo, la hipótesis
de Wood Jones no ha podido ser probada a través de los restos fósiles y ha sido
poco aceptada, por tanto, en relación con el tema del origen del hombre se llegó
a un punto muerto.
Por un lado no pueden olvidarse las abundantes semejanzas con
los antropomorfos que con todo aparecen ya demasiado especializados; por otro, mientras que a partir de los primates menos evolucionados (Cinomorfos, Platirrinos, Lemúridos y Tarsioideos) pueden deducirse determinados caracteres
humanos que no están presentes en los antropomorfos, estos presentan a su vez
especializaciones ausentes en el hombre.
El descubrimiento de los restos de
Austroalopithecus (el primer hallazgo tuvo lugar en 1924 pero solo a partir de
1936 se dispuso de pruebas suficientes) permitió resolver el enigma al conocerse
la existencia de un grupo nuevo de primates antropomorfos de postura bípeda, que
participaban a la vez de los caracteres homínidos y de los antropomorfos. Entre
los caracteres fundamentales humanos presentes en los Australopitecinos hay que
citar, además de la marcha bípeda y la postura erecta, la adecuada conformación de
la caja craneal, la forma de la superficie masticadora de los dientes y otros
varios.
Sin embargo, los datos geológicos y paleontológicos demuestran que Austroalopithecus es demasiado reciente ya que se corresponde con la primera fase
del cuaternario (unos 500,000 años), momento en el que los pitecantropos, primeros
homínidos, ya existían en Java.
Otros descubrimientos recientes que conviene
citar fueron los primates antropomorfos del mioceno, denominados proconsul y
limnopithecus en África Oriental; Propliopithecus acaso un precursor directo del
gibón y el minúsculo para Parapithecus, menos diferenciado, próximo a los lemuridos
hallado en terrenos oligocénicos de Fayum, en Egipto. Todos estos tipos se
encuentran en el origen o muy próximos de dos grandes estirpes: la de los hilobátidos que conducen hasta el gibbón y la de los póngidos que llevan al
orangután, chimpancé y gorila. En estas dos últimas ramificaciones se desarrolló
de modo paralelo una adaptación cada vez más estrecha a la vida arborícola, con
la suspensión restringida a las extremidades superiores y la conformación de la
dentición y alargamiento del rostro. A partir de las estirpe póngida, H.-V Vallois y P. Grassé (pero solo en los inicios, cuando las especializaciones citadas apenas
estaba esbozadas) se separaron los australopitecos en un sentido divergente, en dirección
a la vida bípeda terrestre, con alargamiento de las extremidades inferiores, desarrollo de la función prensil de la mano con las consiguiente
evolución del pulgar y conservación de la forma primitiva de los dientes, sin
hipertrofia de los caninos.
Geológicamente, los primates fósiles más
sentidos aparecen a principios del terciarios, con una antigüedad de unos 54
millones de años en formas pequeñas con caracteres lemuroideos presentes en el
Eoceno de América y Europa, dónde habitaron hasta avanzado el oligoceno.
En el
oligoceno, hace aproximadamente 34 millones de años, se consumó la separación de
las estirpes actuales de los Lemúridos, Cinomorfos y de los antropomorfos cuyos
restos, extraordinariamente raros, han sido en las excavaciones de Fayum.
En esta
época ya había sido adquirido los caracteres esenciales propios de los
antropomorfos: Toda la teoría de la evolución demuestra que la separación de la
estirpe humana es anterior y se remonta al momento en que tiene lugar la
diferenciación de los lemuridos. Presumiblemente hay que concederle una
antigüedad de unos 30 millones de años. La existencia de homínidos anteriores al
cuaternario ha sido siempre muy discutida y se carece de pruebas
paleontológicas.
Sin embargo, en época bastante reciente se descubierto, en un
yacimiento de lígnitos de Baccinello, en Toscana (Italia) gran parte de un esqueleto
de un primate bastante misterioso en la última edad aproximada de 18 millones
de años (Mioceno) en el que el profesor Hurzeler, del Museo de Basilea ha reconocido con certeza los caracteres del rostro y del cráneo, de la dentadura y de la pelvis
de un ser humanoide, un homínido provisto de extremidades anteriores alargadas
como las de los antropomorfos y que lo ha definido como un animal arborícola: ha
sido denominado Oreopithecus bamboli a causa del nombre de la localidad donde
fue hallado (Monten Bamboli) y probablemente pertenezca a una especies extinguida sin continuidad.

Ningún otro descubrimiento enlaza la época comprendido entre la
mitad del terciario y los inicios del cuaternario. Durante mucho tiempo no se pensó en asociar a los
australopitecinos (cuya presencia era conocida en especial por los numerosos
hallazgos realizados en África y cuya posición zoológica fue durante mucho tiempo
discutida) con una característica peculiar del hombre: la existencia de una
rudimentaria industria por lo que también se conoce todo el grupo con el nombre
de homo faber .
Sin embargo, abundaban la manufacturas líticas obtenidas por
desgaste de los guijarros de las terrazas fluviales, que constituyen lo que los
autores anglosajones conocen con el nombre de pebble culture (cultura de los
guijarros). En el verano de 1959, durante las excavaciones realizadas en la
célebre yacimiento de Olduvai, cercano al lago Tanganica (África), el doctor Leakey descubrió en un nivel inferior del cuaternario, acompañado de una fauna de un
millón de años de antigüedad, el cráneo perfectamente conservado de un individuo
que sin ningún género de dudas podía ser considerado australopiteco.
En las
proximidades hallaron diversas manufacturas en piedra y hueso quebrados de
Pequeños animales, atribuibles a restos de comida. A este primer homo faber hasta
entonces descubierto Leakey lo denominó Zinjanthropus boisci, por el nombre de
la localidad (Zinj) en la que tuvo lugar el descubrimiento. En esta reconstrucción
necesariamente muy fragmentaria de la historia de la estirpe humana, la observación más
importante que cabe deducir es que numerosas caracteres netamente humanos (por ejemplo la
postura erecta y la marcha bípeda que liberó las extremidades anteriores de la
función locomotora, el desarrollo de la mano y el perfeccionamiento de la
visión) estaban ya presentes en algunas especies animales con anterioridad a
la aparición del hombre.
Lo que ha marcado claramente la distinción entre el
hombre y las restantes especies animales han sido el desarrollo cerebral que puede
deducirse a través de la capacidad craneana de los diversos tipos considerados. El
desarrollo del cerebro conducido a la diferenciación de los centros psíquicos
esenciales, a la organización de las áreas cerebrales asociativas y finalmente a la aparición de dos caracteres específicamente humanos: la conciencia y la
utilización de la palabra en la comunicación.
A partir de descubrimiento
realizado por Dubois en Java en 1891 y posteriormente por Vong Koenigswald en 1936, por Black
en 1927 cerca de Pekín, los descubrimientos de Argelia y Marruecos y los
numerosos descubrimientos europeos de preneandertalenses, se llega a través del hombre de neandertal hasta el Paleolítico. Los exámenes
incompletos de esta línea evolutivo han conducido a reconstrucciones caricaturescas y
arbitrarias de los neardentalenses. Estos constituyen los antecesores inmediatos
del homo sapiens, del que no se diferenciaban en un número muy elevado de
caracteres. Los neandertalenses, de los que existían distintas
variantes raciales, geográficas e individuales se extinguieron, Mientras que el
Homo sapiens se afianzó en el teatro de la vida.
De este largo recorrido a
través de las épocas solo conocemos
algunos breves episodios situados en el último millón de años. Solamente estamos
en condiciones de establecer que en un momento dado, en el seno de una población
de australopitecos, por ejemplo, apareció una mutación progresiva del tipo pitecantropoide
cuya descendencia de eso rápidamente dominante y suplantó a la población
inicial, de este modo se produjeron las sucesivas fases: pitecantropos, neardentalenses y Homo Sapiens. Todas las pruebas apuntan a que este proceso tuvo
lugar en el continente africano, centro de la evolución de los primates al igual
que de otros animales durante las eras terciarias y cuaternaria.
Los ejemplares
de homo sapiens pertenecientes ya de los años de la arqueología prehistórica
muestran unos rasgos prácticamente idénticos a sus descendientes actuales. Sin
embargo sus primeros representantes carecieron de diferenciaciones raciales. Formaban un grupo relativamente homogéneo con una serie de caracteres que
actualmente se hallan más o menos dispersos entre los diferentes tipos, sin que
sea posible referir específicamente a cada uno de ellos a una de las razas
actuales. Las diferentes rosas se desarrollaron de modo progresivo y se fijaron
geográficamente a partir del momento en el que quedaron establecidas las
condiciones climáticas actuales y se inicia un tipo de vida agrícola y
sedentaria en las poblaciones del Neolítico.